... "CASTILLO" ( Una de relatos para hoy)
Tenía los ojos azules y una mirada tan cálida como el mar Mediterráneo
de su infancia. Era grande, muy grande y él lo sabía. Un día nos dijo:
“Por
eso, por mi envergadura, ella, me dijo que era como un castillo donde
se refugiaba la gente para defenderse de sus enemigos. -Desde hoy, tú
eres mi castillo- Me dijo… Desde aquél día, no solo ella, sino todo el
mundo comenzó a llamarme así: Castillo. Me sentí tan orgulloso que, yo
mismo, olvidé mi nombre y acepté ese apodo, contento, sí señor, muy
contento.”
Castillo, era un buen conversador, aunque solo
hablaba si ibas a buscarle, en sus momentos de descanso. A sentarte un
rato con él… Entonces, liaba un cigarro, lo prendía y te ofrecía una
entrañable conversación al amor de su compañía; y de la lumbre si era
invierno.
Le encontramos, hacia el final de un día frío,
refugiado en un rincón de nuestra entrada, echado en el suelo, encogido y
helado, Había bebido demasiado y estaba medio inconsciente… Aún no sé
cómo pudimos levantarle a medias y meterle dentro de la casa.
Después
de un par de días de reposo y alimento suave, parecía otro, pero;
comprendimos que estaba necesitado, además, de otros cuidados. Cuidados
en los que nosotros estábamos especializados. O, al menos, ese era el
ideal o misión con el que fundamos La Casa del Reposo de los Sueños.
Él no tenía dinero, nos dijo:
“pero en poco tiempo, mis manos y voluntad, harán maravillas en este
jardín, que no es que sea feo o triste, pero le falta la dedicación que
yo puedo ofrecerle… Y, además, les prometo un huerto. Un huerto en el
que criaré de todo, ya verán. Ya verán qué maravillas les ofrece esta
tierra tan buena, después de tanto barbecho. De otras cosas no, pero de
tierra, mar y trabajo entiendo ¡jajaja! sí… todo.
¿Saben?
Jejeje, a ella le sembraba caramelos y algunas monedillas. Luego la
mandaba a escarbar en el sitio indicado y ¡claro! jaja... No se imaginan
la cara que ponía jaja Decía: -Castillo, eres grande-grande, y además,
¡sabes hacer magia! ¡Angelico mío! No sabía que la magia sí existía y
era ella la que la hacía”
Tampoco, su amiguita se equivocaba, algo mágico tenía aquél trotamundos grandullón…
Castillo,
se quedó en la casa y cumplió su promesa, no se equivocó ni con el
jardín, ni con la tierra para el huerto; pero él tuvo mucho que ver con
esas maravillas que junto a él todos disfrutamos…
Pero nosotros, aunque hicimos todo lo posible por curar su alma y suavizar su profundo dolor, no lo conseguimos.
Él siempre nos consolaba diciendo que solo se cura quien quiere y… y que él no quería:
-
“Yo no quiero olvidar ¿Saben porqué? Porque en la vida se mezcla todo,
lo malo y lo bueno, está junto. Tengo miedo de que arrancando la espina
se salga lo mejor que guardo. Y tampoco es bueno olvidar lo malo porque
de todo se aprende y olvidando, perdemos sabiduría”
- Puedo vivir
con todo… Aunque haya días en que el dolor sea demasiado y entonces…
Entonces, ya lo saben, me voy de putas y a emborrarme para olvidar,
aunque solo sea por una noche.”
Era eso, exactamente lo que hacía
ese alma de Dios. Una vez al mes, más o menos, dejaba sus ropas de
jardinero, se vestía de “don juan” - Bien sabe Dios que lo parecía ¡Qué
guapo era!- y salía de la casa a buscar un rato de locura, haciéndose
pasar por otro.
Al día siguiente, bien entrado el medio día,
volvía…demacrado, despeinado, con la ropa manchada, medio ebrio aún,
intentando salvar, con sus manos en alto, una caja de pasteles y dando
tumbos de un lado al otro…
Después de eso, cuando podía volver al
trabajo, aún tardaba unos días en levantar la cara para mirarnos… Se
moría de vergüenza. Eso parecía y eso nos contaba:
“Perdónenme me muero de la vergüenza”
Castillo, poco a poco nos había ido relatando cachitos de sus idas y venidas…
Sabíamos que se había criado sin madre:
“Cuando murió, yo tenía siete años. Mi madre era buena, se notaba cómo me quería y yo… Yo la adoraba…
Después, mi padre no tardó en encontrar una mujer y traerla a nuestra
casa. No me quiso nunca. En una moneda, mi madre hubiera sido cara y
aquella era la cruz, mi cruz de la infancia. Mi padre me dijo un día que
no era mala; pero que la naturaleza de las hembras, les impedía querer a
los hijos que otras hubieran tenido con su hombre.
Relató que se
fue muy joven del hogar. Aunque su padre intentó por todos los medios,
convencerle para que se quedara con él. Rebozaba orgullo cuando nos
dijo:
“Es que yo era su único varón ¿saben? A pesar de todo, me
embarqué y marché. A conocer el mundo. Aunque estuve lejos de la casa,
mientras me mantuve en la mar, me sentí cerca de los míos. Hasta que me
fui tierra adentro. Hasta entonces, no comprendí que me había ido para
no volver ¡tan lejos y solo!
Y nos dijo que comenzó a sentir soledad y necesidad de algo así como el hogar de su infancia…
SOLEDAD
Mi otra amiga,
soledad,
la interna;
también estaba aquí,
esperándome,
abrazando mi silencio.
Ojos cerrados y te veo,
presencia intocable,
pero plácida.
Percibo sonidos,
susurros de aliento,
que mitigan el tiempo,
a quien pertenecen
los momentos del día.
(Autoría y gentileza ofrecida por: Duarte -gracias amigo-)
“Después
de mucho recorrido, de engaños y desengaños”, dijo: “Busqué el amor de
verdad. Me enamoré. O me cegué… Nos casamos y tuvimos una hija. Ni ella
ni yo, supimos lo que teníamos en nuestras manos hasta que se nos
resbaló de ellas. Nuestro pequeño tesoro voló a un lugar mejor. Después,
ninguno fue capaz de aceptar su parte de responsabilidad y nos
echábamos en cara lo peor… A ella le dio por ir con otros hombres, a mí
por la bebida y las putas. Un día casi la estrangulo. Veía en ella al
mismísimo demonio. No me daba cuenta que era a mí mismo a quien estaba
viendo y quería matar…
“Huí, creía que de ella, pero
realmente era de mí. Volví a mi vida anterior, volví a ser un vagabundo,
pero esta vez sin ilusión, ya solo trabajaba lo justo para coger algo
de dinero y luego bebérmelo.”
“Pasaron años así, matándome
lentamente… Un día, mi sino quiso que cambiara mi suerte. Me encontró un
buen hombre, era un señor... Un par de granujas, le habían robado y
encima se divertían pateándole. Al verlos, caí sobre ellos y no tardé en
dejarles listos para prenderlos.”
“Él, después se ocupó de mí,
comprendió que estaba mal. Venía a verme de vez en cuando, a hablar. Y
yo le fui contando alguna cosa. No quiso que siguiera con la vida que
llevaba. Un día dijo que yo me iba con él, a su casa. Que tenía trabajo
de confianza para mí.”
“-Y me fui…
A las afueras de
su gran caserón, había una casita. -En tiempos, fue la casa del guarda.
Ahora es tu casa, amigo Juan- Me dijo-“
“Cuando me dejó solo, me
eché a llorar… Y llorando estaba aún, cuando volvió al rato. De su mano,
traía a una niña de unos seis años. –Esta es mi niña, Juan. Teresita se
llama. Mírala bien. Te encargo que no la pierdas de vista nunca ¡has de
ser su sombra, entiendes! Es muy traviesa y siempre anda como una
cabrilla sin miedo, de monte en monte. No hay quien la controle y temo
por ella…- La niña me miraba entre curiosa y divertida, por todo lo que
su papá me decía.”
“Al mirarla, recordé a mi princesa, a mi niña…
Así, aquél día, di gracias a Dios por la oportunidad que me ofrecía.
Prometí ser el perro guardián de Teresita. Pero, eso, no entraba en los
planes de ella, porque ella, lejos de ese designio, decidió que yo fuera
su castillo… Castillo en el que refugiarse, un castillo defensor,
donde ocultarse a veces, incluso… y, tanto interés y amor me puso
Teresita, que con el tiempo, aquél que se sintió deudor y salvador, con
… el bondadoso señor, acabó celando y pensando locuras de Juan, un
servidor. Y esas locuras se convirtieron en acusaciones que acabaron,
nuevamente, con la fortaleza del castillo. Acabé con más de un hueso
roto, y preso.”
Cuando lo soltaron contó:
“Otra vez, volví
por mal camino, hasta que ustedes me encontraron y dieron lo único
valioso que todo hombre necesita: respeto y cariño”
En su lecho de muerte Castillo murmuraba:
“el
hombre iba como una sombra por el mundo, de pesadilla en pesadilla.
Hasta caer un día, dichoso día; ante estas puertas desde donde parto en
paz hacia el paraíso, gracias amigos."
"El hombre necesita de los demás” Siempre decía eso
El buen Castillo, aunque no lo sabía: NUNCA SE DIO POR VENCIDO, siempre intentó darse a otros.
Y era feliz recibiendo de ellos.
Siempre tarareaba una hermosa canción mientras trabajaba. Decía que le recordaba a su hija, que como él, tenía los ojos azules… (flora)
“Más azules que el terciopelo eran sus ojos
Más calidas que Mayo eran sus miradas”
“A través de los años
puedo aún ver el terciopelo azul
A través de mis lágrimas”
https://youtu.be/sLJdSHJ0fA8?feature=shared
Este relato lo escribí en febrero de 2011 en ,
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